domingo, 9 de noviembre de 2008

Decir adiós

Estaba platicando con mi madre de algo trivial en la cocina, la foto de mi abuela vigilaba la puerta desde la ofrenda que mi hermana se encargo de ponerle: una veladora, un plato con sal y azúcar, un pan de muerto, dulces, flores y un par de calaveras de chocolate que terminé por comerme hace unos días.


Mi hermana entró, dejó el cambio en el canastito tejido sobre la barra y lo soltó: “Dice Pepe que le van a hacer una misa a su mamá porque falleció hace dos semanas”.


A la vuelta de mi casa hay una papelería, cuando era niña solía ir como chorrocientas veces al día porque siempre he pensado que mi cuadra es un lugar hermoso, y era uno de los pretextos para salir de mi casa y quedarme parada en medio de la calle contemplando las nubes pasando deprisa por detrás del muro que cierra la calle.


En la papelería estaba siempre Pepe, quien tiene un hermano gemelo, mi vecina Mari y yo siempre nos preguntábamos quién era quién, luego de un tiempo llegamos a la conclusión de que Pepe era el del buen carácter. Ocasionalmente estaba por ahí su mamá, con su carácter fuerte y el halo de respeto rodeándola como una consecuencia natural.


Empecé a prestarle atención a la señora luego del 96, en ese año cumplí 10 años y aprendí a andar en bicicleta, el columpio de la casa lo quitaron porque un día se subieron 9 de mis primos y lo rompieron al tiempo que se interrumpieron las tardes de lectura con mi abuela en el jardín; en ese año, una noche de agosto me despertó mi mamá de madrugada “Michi está en el hospital”.


Llegamos a casa de mi otra abuela, quien nos cobijó y nos recostó en la cama, al día siguiente me lo dijeron: Michi había muerto.


Lloré como nunca, la única forma de controlarme fue advertirme que si no me calmaba no iría a despedirme de ella; era huérfana, hasta ese día la única mamá que conocía era ella, quien me daba de desayunar, comer y cenar, quien me consolaba, me peinaba y abrazaba por las tardes mientras veíamos sus telenovelas.


Dejé de andar en bicicleta, mi mamá dejó su trabajo y se convirtió en mamá de tiempo completo aún sin estar lista, yo comencé a ensimismarme y un día encontré un gran parecido entre mi abuela y la madre de Pepe.


Poco a poco me acerqué a una señora dura y amable, con una sonrisa que me recordaba los gestos de mi abuela, me hubiera gustado que a Michi también le gustara la cultura rusa y las manualidades, me hubiera gustado mucho conocerlas más a ambas.


Hace no mucho mi hermana llegó de la papelería: “la mamá de Pepe está enferma”, y la noticia me caló en las venas casi del mismo modo que cuando mi madre me despertó una madrugada en el 96.


No me he parado mucho en la pape desde entonces, no sé que decir, no sé como no buscar ese rostro que me recordaba a mi Mamá Michi, no quise verla enferma y no quiero no verla más porque me cuesta decir adiós al recuerdo vivo de mi abuela.


Paso por fuera y veo un moño negro colgado en la puerta de su casa, desde la calle se siente el duelo, la misma sensación de vacío que vive en mi casa desde hace doce años, que respiran las plantas secas y que lloran los pajaritos todos los días al caer la tarde.


“Prométeme que tú nunca te vas a morir”, le dije una noche a mi mamá mientras me arropaba, “todos nos vamos a morir, pero te prometo que yo no moriré pronto” me contestó.


Mamá Michi te amo hoy y siempre

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